Sintonías y disonancias reúne, en Galería Van Riel, obras de Diana Dreyfus (Buenos Aires, 1955), Alberto Méndez (Buenos Aires, 1966) y Marta Parga (Punta Alta, 1942), con curaduría de Gabriela van Riel. La exposición fue pensada como un espacio de encuentro entre diferentes lenguajes abstractos, con el propósito de que “se potencien y se unifiquen, así como también se produzcan divergencias sin que cada una de las propuestas pierda intensidad” −señala la curadora−. 

Dreyfus exhibe aquí seis pinturas recientes en papel de seda crudo, sobre el cual aplica enérgicas pinceladas de acrílico y pigmento; trabajo que revela ambivalencia en un soporte de características frágiles y delicadas. Su “lenguaje sincrético –ha observado el artista Eduardo Stupía − …es, a un tiempo, la comunión y el divorcio de lo que impregna con las cualidades secretas de lo impregnado, del movimiento y lo inmóvil, de lo seco y lo húmedo”. 

En la pared opuesta, los trabajos de Méndez despliegan gráficamente, en tinta sobre papel, ecuaciones matemáticas compuestas de fragmentos que superponen letras, números, íconos, curvas, rectas y óvalos. “Méndez alimenta y engorda la intrincada superpoblación de formas que ha trazado en delicado contorno, mediante el prolijo y regular ingreso de un negro fluido, neto y plano. Así, se extiende ante nosotros, en variadas instancias, un minucioso bordado de tinta que pone en marcha la sostenida germinación de esas enredaderas, pródigas en caracteres pluricelulares, huecos y meandros, silencios, núcleos cerrados y eventuales islotes y tentáculos” −comenta Stupía −.

Atraviesan el espacio cuatro objetos neocinéticos de Parga, cuyas superficies blancas o plateadas se van transformando según reflejen la luz a su alrededor. En sus “espejos” –así los ha denominado el artista Alejandro Puente – “se enlazan repetición y cambio. Son una equivalencia plástica e intelectual del juego entre lo uno y lo otro: las diferencias son los reflejos de la identidad al reflejarse a sí misma. A su vez, la identidad solo es un momento en el ordenar, en la unión y separación de las diferencias”.  

El lenguaje musical se ha aplicado para describir obras abstractas, al menos, desde que Wassily Kandinsky escribió en De lo espiritual en el arte (1911): “El color es la tecla, el ojo el martillo, y el alma es el piano con sus cuerdas. El artista es la mano que, mediante una u otra tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana”. En Sintonías y disonancias se combinan asimismo “sonidos fuertes y marcados como también silencios y pausas” −explica la curadora−. “La sonoridad de este conjunto de obras es la del estruendoso contraste de espesas manchas y repentinos grumos; las ecuaciones gráficas que no representan nada salvo a sí mismas y las piezas que se resuelven en una suerte de conceptualismo visual y táctil. Esta muestra coloca al espectador en un espacio donde las sintonías y disonancias se combinan en un paisaje indeterminado y abstracto” −concluyen Stupía y Puente−.