Paul Sende en Pabellón 4

Paul Sende (Buenos Aires, 1989) presenta su primera exhibición individual en Pabellón 4, donde, bajo el título Un jardín en el espacio, reúne seis obras recientes que a través de la geometría y de la abstracción buscan un punto en común entre el mundo digital y el analógico. Mediante diferentes dispositivos y soportes, su trabajo propone “generar experiencias estéticas y sensoriales que nos permitan despojarnos de cualquier simbolismo o iconicidad en relación a lo que conocemos y poder realmente explorar el campo de la percepción visual y espacial”, explica el artista.

Sende cursó la Licenciatura en Artes Multimediales de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Durante su formación investigó diferentes soportes y técnicas para intentar delimitar una experimentación que había iniciado ya en la infancia y que fue derivando hacia los terrenos de la modularidad, los patrones visuales, los efectos ópticos, los fenómenos lumínicos y la energía cinética. Luego de graduarse, viajó como artista residente a Betahaus Berlin, espacio en el cual empezó a exhibir sus piezas. Al retornar a Buenos Aires, continuó el desarrollo del trabajo visual, creando instalaciones lumínicas, objetos programados, dispositivos generadores de imágenes, serigrafías, cut-outs de papel y pinturas, siempre en el contexto de la geometría y de la abstracción.

Buscando ampliar el conocimiento y mediar la experiencia, cada uno de los soportes en la sala de la galería explora una técnica, una materialidad y un modo de producción diferentes: Sigpas (2021) es una estructura tridimensional de madera, látex y resina de dos metros de alto; Bandera y Mon (ambas, 2020) son serigrafías sobre papel a cuatro y cinco tintas, respectivamente, mientras que Link I, Link II y HL (las tres, 2020) corresponden a instalaciones lumínicas realizadas con LED madera y acrílico, entre otros materiales. La superficie de estas últimas piezas puede ser blanca al estar apagadas o teñirse de colores al encenderse. Merlina Rañi, autora del texto que acompaña la exposición, señala que “mientras las piezas de luz sugieren un paisaje sintético y modular, las obras gráficas proponen una colección de eventos a distintas escalas. En su convivencia articulan un ecosistema que se sitúa en la delgada línea entre lo artificial y lo natural”. Y prosigue: “Estos recursos… están dispuestos como una ficción geométrica protagonizada por fenómenos físicos [que] deja a la humanidad en un segundo plano… La construcción de esta ficción es estructural, sintáctica, vibratoria, su proceso se inscribe en el ejercicio de la poesía concreta, y a su vez, en la cibernética”. El texto de Rañi observa que el trabajo formal tiende a organizarse a partir de la “tensión entre las partes, en la divergencia de sus oscilaciones”. Esta tensión va repitiéndose en distintos niveles, “entre el proceso digital y el analógico, el tratamiento de lo natural o artificial, lo suave y lo rígido de las formas, lo técnico y lo poético en el discurso”. Y es en este procedimiento donde la autora sitúa la estrategia del artista “para abordar lo que no entra en las categorías, lo que por su cantidad de matices es difícil de explicar y por tanto, como objeto de lo misterioso, es desconocido y no nos pertenece”.