Marcelo Alzetta en Calvaresi

Una rosa es una rosa
Marcelo Alzetta
Calvaresi
29.09.21 | 18.11.21

Curada por Jimena Ferreiro, con la asistencia y producción de Patricia Di Pietro, Calvaresi reúne catorce pinturas del último año de producción de Marcelo Alzetta (Tandil, 1977-2021). El artista había comenzado a trabajar de manera exclusiva para la galería en 2020 y planeaba la primera muestra en su espacio de San Telmo hacia fines de 2021. Cuentan Ferreiro y Di Pietro que, durante sus últimos meses, Alzetta expresó “su anhelo de continuar con el proyecto aunque él ya no estuviera físicamente. Su hermana Marisa retomó la iniciativa y junto a la curadora y los galeristas lograron llevarlo a cabo. Finalmente, Una rosa es una rosa inauguró el 29 de septiembre de 2021 ante una enorme concurrencia que se acercó a acompañar el final de este viaje”.

Historietista, músico y pintor, el texto curatorial comenta que Alzetta pasó gran parte de su infancia en salas de espera de consultorios médicos y fue por eso que se acercó al dibujo: “el poder del arte [estaba] ahí mediando, haciendo brujerías” –solía afirmar el artista–. La curadora agrega que “pintaba haciendo magia y creaba a cada paso mundos soberanos gobernados por la fantasía”. Se había propuesto, además, convertirse a sus 20 años en el mejor artista del mundo. 

Según le gustaba señalar, era su historia personal la que “asignaba” colores a sus pinturas, “colores como estados de ánimo, como canciones, sonidos o sueños” –prosigue Ferreiro–. Pero, al mismo tiempo, “lo hacía como parte de una tradición de pintores de bodegones díscolos, de artistas ingenuos y aficionados, de jóvenes contraculturales y también de una generación de artistas nucleados en los noventa en torno a la figura de Pablo Suárez”. La curadora traza un “puente temporal” que vincula a Alzetta con la escena de Buenos Aires, que conoció a partir de 1997 cuando se instaló en la capital, y donde permaneció hasta 2007: “La salida del closet de la pintura de los ochenta de Suárez, para descubrir los cuerpos plebeyos rosados que huelen a chicle, inicia una genealogía de personajes rotos y desclasados que encontró en la pintura de Alzetta uno de sus picos máximos. Entre El pibe Bazooka [Suárez, 1988] y el Hombre chicle [Alzetta, 2016] existe una hermandad histórica que afirma en cada caso su propia singularidad”. Ferreiro afirma también que “uno de los posibles comienzos de la fetichizada década del noventa” puede situarse en la obra Rosa de lejos (1987), también de Suárez, la cual describe como “una pintura de pincelada gestual ochentosa, en la que incrustó una figura modelada de espaldas que descansa sobre una semiesfera. El recorte hace que veamos en primer plano un culo y una rosa. El 16 de septiembre de 2020 Marcelo Alzetta posteó en su FB [la frase] ‘Una rosa es una rosa’ casi como un mantra. Tal vez estuviera escuchando la canción [que lleva ese título] de Mecano –la banda española de los ochenta−, y diciendo al mismo tiempo lo obvio: que él es el heredero genuino de aquella historia”.

Ferreiro destaca también, sobre todo para estos últimos trabajos, una “vocación por los géneros menores, los temas humildes y por la tradición moderna” del arte argentino, que vincula a su vez con la obra de artistas de la propia época de Alzetta, como Fernanda Laguna, o de Marcelo Pombo. “El mantel de hule, las flores de plástico, las naturalezas muertas fantasmagóricas, la abstracción ‘caniche’ fernandalagunesca, entre otras formas que alumbra su última serie y que ahora toman estado público con esta exposición póstuma, pueden pensarse como cadáveres exquisitos: ‘un juego combinatorio de formas abstractas que componen figuras, que se arreglan para salir y se fuman un cigarrillo mientras esperan” –escribe–. Y, además, así como Pombo alguna vez imaginó Cómo construir un museo al costado de la ruta, consigna que transformó en curso para el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella, Alzetta, quien había editado su primer disco bajo el título Museo primitivo (Metamusica Records, 2020) apuntó, meses antes de su muerte, que le gustaría que su propio museo se ubicara “al costado del camino en algún punto entre Tandil y Buenos Aires. El Museo Alzetta, tenga la forma que tenga –afirma la curadora–, será uno de los más lindos del mundo por su belleza bastarda, cursi y rebelde”.