La Chola Poblete en Pasto

La Chola Poblete (Guaymallén, 1989) presenta Tenedor de hereje, su primera exposición individual en PASTO. Con curaduría de Leandro Martínez Depietri, exhibe una diversidad de piezas en que “aborda los dilemas de su herencia mestiza” –explica la galería− desde una variedad de medios que abarcan la pintura, el dibujo, los objetos, la fotografía y el video. 

“La Chola” comenzó como un homenaje de la artista a las mujeres bolivianas de su familia, se desarrolló como la representación de una “identidad cultural en la que se vuelven visibles las tensiones inherentes a la población indígena, donde conviven la explotación laboral, la marginación social, pero también su exotización estética y su circulación comercial” –continúa PASTO−. En la fotografía Sin título (2021), el perfil de la figura reemplaza el de la modelo Marisa Berenson en una recreación del Fashion Fiction N° 1 (1966) de Eduardo Costa. Al igual que en la original, también en la versión de Poblete la oreja derecha está cubierta por un aro protético, pero hecho de pan y galletita en lugar de oro. En otra fotografía, La Chola mira fijamente a cámara en una actitud similar a la de Robert Mapplethorpe en Self Portrait with Whip [Autorretrato con látigo] (1978), pero reemplaza el látigo y la parafernalia sadomasoquista por una ristra de ajos. 

A través de un montaje fragmentario, Tenedor de hereje integra distintos cuerpos de obra: una pared agrupa 16 esculturas de pan (2021) mientras que en otra se pueden ver doce de sus acuarelas sobre papel de formatos grande y mediano. Otro sector reúne los trabajos en tinta y otro más, sus dibujos. Cerca de las vitrinas cuelgan además tres grandes pinturas sobre tela. Al fondo de la sala, se suma Todos sabemos lo fácil que es hacer llorar a alguien (2017), otro retrato fotográfico de La Chola, y sobre la pared adyacente se proyecta la videoperformance Muerte de barro (2020). En sus diferentes soportes y materialidades, el trabajo “recupera elementos iconográficos y símbolos de distintas naciones americanas –desde los mexicas a los moches y los incas− como parte de una contra-historia que los actualiza al ponerlos en diálogo con imágenes contemporáneas, referencias a la cultura de masas y a la fiesta como sitios en donde se negocian y se ponen en tensión las ansiedades presentes respecto del género y la sexualidad”, sigue la galería. 

Poblete realizó la mayor parte de los dibujos durante el período de aislamiento por coronavirus, cuando comenzó a estudiar mitogramas, es decir: “representaciones de animales que coexisten con signos geométricos variados, como soporte de tradiciones orales que hablan de la relación del hombre con su entorno”. En la región andina se utilizaron como símbolos mnemotécnicos para recordar historias míticas familiares. Observando y estudiando estas piezas, la artista comenzó a desarrollar una serie de versiones propias que describe como “mitogramas de mí misma. Son dibujos bastante simples, abstracciones que cuentan un montón de cosas mías que me pasan en el cotidiano” −declaró en diálogo con el director escénico Silvio Lang (ver+info )−. Ambiguas en relación al género, estas figuras “son híbridos, formas que a veces connotan muchas cosas y otras más explícitas como el desamor. Dibujé muchos cóndores. Hay un mito que dice que el cóndor es un ser monógamo y elige su pareja para toda la vida, si su pareja muere el cóndor se sube a lo más alto de Los Andes y se tira. Yo, haría lo mismo”. 

La muestra toma el título de un instrumento de tortura de la Inquisición, “un arma de doble filo que apuntaba al pecho y a la mandíbula del hereje dificultando su capacidad de hablar. El castigo se aplicaba, según la oscura leyenda, hasta que este murmurase a duras penas las palabras ‘me retracto’ −dice el texto curatorial−. En un mismo movimiento presionaba a la vez el origen físico de la emoción y el del discurso buscando inscribir el arrepentimiento y la culpa en el cuerpo”. Depietri añade que “La Chola reelabora esa historia atávica de opresión a través de un componente erótico. Produce, en sus performances, videos y fotografías, imágenes de un goce masoquista que desplazan al cuerpo marrón de un lugar de víctima −objeto involuntario de una acción− al de sujeto empoderado de la narrativa de sí. Abre lugar al placer, no de quien mira, sino de quien reencarna la historia. Allí donde esperamos ver indefensión y sumisión, La Chola encuentra el goce en el dolor. Trastoca los signos como lo hace con el pan como alegoría de la carne en el que, en vez de reinscribir la tradición católica de la renuncia al cuerpo como acto de salvación colectiva, lo afirma como único sitio de redención posible”.