Zoe Di Rienzo en Miranda Bosch

Desde la vereda se observa cómo un gran telón blanco de liencillo cubre la vidriera del salón de la planta baja de Miranda Bosch: se trata de la obra Aforo (2021) de Zoe Di Rienzo (Córdoba, 1974). En el interior de la galería, se suman cuatro obras de pared y una instalación de video, todas reunidas bajo el título Ciclorama, un término que, en la jerga teatral, denomina “la superficie cóncava situada al fondo del escenario y a gran altura sobre la que se proyectan los efectos propios del cielo”, encargados de sugerir el paso del tiempo. Inicialmente un proyecto ideado para la sala Cabinet que iba a acompañar el stand de la galería en arteBA 2020, la artista decidió suspender esa presentación para ampliarlo y exhibirlo de manera presencial. La curadora y autora del texto de sala, Clara Ríos, lo define como “un conjuro visual que en lugar de palabras, usa imágenes para seducir y transformar al espectador en el centro de su rito, de su paraíso, de su obra”.

La pared adyacente a la vitrina está cubierta por un color amarillo que va imperceptiblemente haciéndose más denso y rojizo a medida que se acerca al suelo. Ese “degradé” representa la luz del sol que se va enrojeciendo en el atardecer. Sobre ese muro cuelgan tres obras de la serie “Paraíso” (2020) mientras una cuarta, que completa el conjunto, se encuentra sobre una pared blanca, paralela al telón. Cada una está dispuesta en el interior de un marco “tipo caja” de bordes dorados y unos diez centímetros de espesor. Ese volumen contiene, a su vez, un arreglo particular de ramas, flores, pájaros y flecos que desborda el paspartú, el cual, convencionalmente, forma parte del enmarcado. En este caso, la superposición produce un efecto que confunde los límites entre cada obra y su “escenario”, como sucede por momentos en el teatro cuando se quiebra la “cuarta pared” que ilusoriamente separa al público de los actores y las actrices.

En la sala del fondo de la galería se proyecta Spaccata (2021), un video de ocho minutos de duración, que se puede mirar desde un elegante banco de madera instalado sobre una alfombra de estilo oriental con motivos florales. El título remite nuevamente a un recurso teatral: en este caso, la la caída abrupta del telón sobre el escenario. Aquí la cámara se encuentra fija y va registrando el paso de diferentes elementos que se mueven sobre un fondo pintado, haciendo cada vez más difícil la distinción entre objetos e imágenes. Ríos señala en su texto que la producción de Di Rienzo “no se limita a la realidad tangible, [sino que] se expande hacia otros espacios, y a medida que corremos los límites que ella misma nos propone como flexibles, nos inicia en un rito. La lógica se transforma, y el tiempo se relativiza al punto de desaparecer en un muro que lejos de ser una frontera, actúa como un portal hacia el universo dirienzano”.